martes, 22 de junio de 2021



Reciban un cordial saludo de Paz y Bien.

empezamos un nuevo proceso en nuestro camino de la vida cristiana espero su disponibilidad en esta nueva aventura que juntos exploraremos, junto con nuestro Padre Dios su Hijo Jesucristo y María Santísima en compañía del Espíritu Santo.

¿Qué es la confirmación?

La confirmación es uno de los siete sacramentos de la Iglesia católica, practicado también por la Iglesia ortodoxa y la anglicana. Su propósito es renovar las promesas bautismales y expresar públicamente el compromiso del seguimiento del Evangelio.




En los comentarios vamos a dar respuesta a la siguiente pregunta 

¿Qué es la religión? 
Iglesia católica 
Lutero protesto 
Judaísmo 
Islam 
Budismo 
Porque tengo que estudiar religión?
Porque es la religión el estudio mas importante a que me debo dedicar?
Cuales son algunas de las cosas que Dios a revelado a la humanidad?
Cuales son mis primeros deberes principales con Dios?
Cuales son mis deberes para con migo mismo? 
Cuales son los deberes para con el prójimo?
Porque es necesario la religión? 
Como causa infidelidad en esta vida la falta de religión?
Como causa infidelidad en la otra vida la falta de religión? 
Nos trae la religión felicidad en esta vida.

actividad 2 
Objetivo: El propósito es crecer en el conocimiento del gran don que DIOS nos ha donado, La santa misa es el centro de la vida de la iglesia y de todo cristiano; es la fuente de la que se nutre y la cima hacia la que camina. Dirigir la mirada hacia el “el corazón “de la iglesia, es decir la eucaristía. Es fundamental para nosotros los cristianos comprender bien el valor y el significado de la santa misa, para vivir cada vez más plenamente nuestra relación con Dios.
 2. Contestar las siguientes Preguntas 
1. ¿Cuál es mi obligación más importante hacia Dios? 
2. ¿Cuál la principal forma de adoración en la iglesia Católica? 
3. ¿Qué ocurre en la misa?
 4. ¿Quién dijo la primera misa? 
5. ¿Cómo podía tener Jesús el poder de cambiar el pan y el vino en su cuerpo y sangre?
 6. ¿Le dio Jesús este poder alguna persona? 
7. ¿Dijeron misa los apóstoles? 
8. ¿Quiso Jesús que sus Apóstoles transmitieran es poder a otros? 
9. ¿Cómo transmitieron los Apóstoles este poder?
 10. ¿Existen hoy en día hombres sobre la tierra que tienen este poder? 
11. ¿Pueden todos los sacerdotes Católicos cambiar el pan y vino en el cuerpo y sangre de Jesús?
 12. ¿En qué parte de la misa el Sacerdote cambia el pan y vino en el cuerpo y la sangre de Jesús? 
13. ¿Cómo puedo saber cuándo tiene lugar la consagración? 
14. ¿Qué oraciones dice el sacerdote desde el principio de la misa hasta la consagración?
15. ¿Qué oración se dice después de la consagración? 
16. ¿Se permite a los no católicos recibir la Comunión? 
17. ¿Por qué dice el Sacerdote la misa en latín? 
18. ¿Dónde puedo conseguir las oraciones de la Misa en Español? 19. ¿Por qué usa el Sacerdote diferentes vestiduras en la Misa?
 20. ¿Cuándo debo asistir a la Misa? 
21. ¿Qué clase de pecado es faltar a Misa el domingo o en un día de Precepto? 
22. ¿Cuáles son los días de precepto en la iglesia Universal? 
23. ¿Cómo puedo aprender cuando debo sentarme, pararme, arrodillarme en la misa? 
24. ¿Cuál es la diferencia entre Misa Cantada o Solemne y Misa rezada? 
25. ¿Cómo he de estar en la Misa?


actividad 3

La Revelación Divina


La Revelación es la manifestación de Dios y de su voluntad acerca de nuestra salvación. Viene de la palabra «revelar», que quiere decir «quitar el velo», o «descubrir».

Dios se reveló de dos maneras: La Revelación natural, o revelación mediante las cosas creadas. Dice el apóstol Pablo: «Todo aquello que podemos conocer de Dios El mismo se lo manifestó. Pues, si bien a El no lo podemos ver, lo contemplamos, por lo menos, a través de sus obras, puesto que El hizo el mundo, y por sus obras entendemos que El es eterno y poderoso, y que es Dios» (Rom 1,19-20).

La Revelación sobrenatural o divina

Desde un principio Dios empezó también a revelarse a través de un contacto más directo con los hombres, mediante los antiguos profetas y de una manera perfecta y definitiva en la persona de Cristo Jesús, el Hijo de Dios. «En diversas ocasiones y bajo diferentes formas, Dios habló a nuestros padres, por medio de los profetas, hasta que, en estos días que son los últimos, nos habló a nosotros por medio de su Hijo» (Heb.1,1-2). Jesús nos reveló a Dios mediante sus palabras y obras, sus signos y milagros; sobre todo mediante su muerte y su gloriosa resurrección y con el envío del Espíritu Santo sobre su Iglesia. Todo lo que Jesús hizo y enseñó se llama «Evangelio», es decir, «Buena noticia de la Salvación».

¿Cómo fue transmitida la Revelación Divina?

Para llevar el Evangelio por todo el mundo, Jesús encargó a los apóstoles y a sus sucesores, como pastores de la Iglesia que El fundó personalmente: «Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo» (Mt. 28,18-20).

Aquí notamos cómo Jesús ordenó «predicar» y «proclamar» su Evangelio. Y de hecho los Apóstoles «predicaron» la Buena Nueva de Cristo. Años después algunos de ellos pusieron por escrito esta predicación. Es decir, al comienzo la Iglesia se preocupó de predicar el Evangelio. Por supuesto el Evangelio que Jesús entregó a los Apóstoles no estaba escrito. Jesús no escribió nunca una carta a sus Apóstoles; su enseñanza era solamente oral. Así lo hicieron también los Apóstoles.

 

La Tradición Apostólica

Este mensaje escuchado por boca de Jesús, vivido, meditado y transmitido oralmente por los Apóstoles, se llama «la Tradición Apostólica». Cuando aquí hablamos de la Tradición» (con mayúscula), nos referimos siempre a la «Tradición Apostólica». No debemos confundir «la Tradición Apostólica» con la «tradición» que en general se refiere a costumbres, ideas, modos de vivir de un pueblo y que una generación recibe de las anteriores. Una tradición de este tipo es puramente humana y puede ser abandonada cuando se considera inútil. Así Jesús mismo rechazó ciertas tradiciones del pueblo judío: «Ustedes incluso dispensan del mandamiento de Dios para mantener la tradición de los hombres» (Mc.7,8).

 

La Tradición Apostólica se refiere a la transmisión del Evangelio de Jesús. Jesús, además de enseñar a sus apóstoles con discursos y ejemplos, les enseñó una manera de orar, de actuar y de convivir. Estas eran las tradiciones que los apóstoles guardaban en la Iglesia. El apóstol Pablo en su carta a los Corintios se refiere a esta Tradición Apostólica: «Yo mismo recibí esta tradición que, a su vez, les he transmitido» (1 Cor. 11, 23).

Resumiendo, podemos decir que Jesús mandó «predicar», no «escribir» su Evangelio. Jesús nunca repartió una Biblia. El Señor fundó su Iglesia, asegurándole que permanecerá hasta el fin del mundo. Y la Iglesia vivió muchos años de la Tradición Apostólica, sin tener los libros sagrados del Nuevo Testamento.

 

La Biblia

Solamente una parte de la Palabra de Dios, proclamada oralmente, fue puesta por escrito por los mismos apóstoles y otros evangelistas de su generación.

Estos escritos, inspirados por el Espíritu Santo, dan origen al Nuevo Testamento (NT), que es la parte más importante de toda la Biblia. Está claro que al escribir el NT, no se puso por escrito «todo» el Evangelio de Jesús. «Jesús hizo muchas otras cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría lugar en el mundo para tantos libros», nos dice el apóstol Juan (Jn. 21,25).

La Sagrada Escritura, y especialmente el NT, es la Palabra de Dios, que nos manifiesta al Hijo en quien expresó Dios el resplandor de su gloria (Heb.1,3).

Podemos decir que sólo la parte más importante y fundamental de la Tradición Apostólica fue puesta por escrito. Por esta razón la Iglesia siempre ha tenido una veneración muy especial por las Divinas Escrituras.

 

Biblia y Tradición

Después de esto podemos decir que la revelación divina ha llegado hasta nosotros por la Tradición Apostólica y por la Sagrada Escritura. No debemos considerarlas como dos fuentes, sino como dos aspectos de la Revelación de Dios. El Concilio Vaticano II lo describe muy bien: «La Tradición Apostólica y la Sagrada Escritura manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal y corren hacia el mismo fin». La Tradición y la Escritura están unidas y ligadas, de modo que ninguna puede subsistir sin la otra.

Además, la Sagrada Escritura presenta la Tradición como base de la fe del creyente: «Todo lo que han aprendido, recibido y oído de mí, todo lo que me han visto hacer, háganlo» (Fil.4,9). «Lo que aprendiste de mí, confirmado por muchos testigos, confíalo a hombres que merezcan confianza, capaces de instruir después a otros» (2. Tim. 2,2).

«Hermanos, manténganse firmes guardando fielmente las tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).

Está claro que el Apóstol Pablo, para confirmar la fe de los cristianos, no usa solamente la Palabra de Dios escrita, sino que recuerda también de una manera muy especial la Tradición o la predicación oral. Para el Apóstol las formas de transmisión del Evangelio: Sagrada Escritura y Tradición, tienen la misma importancia. En realidad, una vez que se escribió el NT no se consideró acabada la Tradición Apostólica, como si estuviera completa la Revelación Divina. La Biblia no dice eso; en ninguna parte está escrito que el cristiano debe someterse ¡sólo a la Biblia! Esta es una idea que surgió entre los protestantes recién en los años 1550. En la Iglesia Católica hubo siempre una conciencia clara sobre la importancia de la Tradición Apostólica, sin quitar a la Biblia el valor que tiene.

¿Sólo la Biblia?

Es un error creer que basta la Biblia para nuestra salvación. Esto nunca lo ha dicho Jesús y tampoco está escrito en la Biblia. Jesús, reitero, nunca escribió un libro sagrado, ni repartió ninguna Biblia. Lo único que hizo Jesús fue fundar su Iglesia y entregarle su Evangelio para que fuera anunciado a todos los hombres hasta el fin del mundo.

Fue dentro de la Tradición de la Iglesia donde se escribió y fue aceptado el N.T., bajo su autoridad apostólica. Además la Iglesia vivió muchos años sin el N.T., el que se terminó de escribir en el año 97 después de Cristo. Y también es la Iglesia la que, en los años 393-397, estableció el Canon o lista de los libros que contienen el N.T. Por tanto, si aceptamos solamente la Biblia, ¿Cómo sabemos cuáles son los libros inspirados? La Biblia, en efecto, no contiene ninguna lista de ellos. Fue la Tradición de la Iglesia la que nos transmitió la lista de los libros inspirados. Supongamos que se perdiera la Biblia, en ese caso la Iglesia seguiría poseyendo toda la verdad acerca de Cristo, la cual hasta la fecha ha sido transmitida fielmente por la Tradición, tal como lo hizo antes de escribir el NT.

Los evangélicos, al aceptar solamente la Biblia, están reduciendo considerablemente el conocimiento auténtico de la Revelación Divina. Guardemos esta ley de oro que nos dejó el apóstol Pablo: «Manténganse firmes guardando fielmente la Tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).

El Magisterio de la Iglesia

La Revelación Divina abarca la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. Este depósito de la fe (cf. 1 Tim. 6, 20; 2 Tim. 1, 12-14) fue confiado por los Apóstoles al conjunto de la Iglesia. Ahora bien el oficio de interpretar correctamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia. Ella lo ejercita en nombre de Jesucristo. Este Magisterio, según la Tradición Apostólica, lo forman los obispos en comunión con el sucesor de Pedro que es el obispo de Roma o el Papa.

El Magisterio no está por encima de la Revelación Divina, sino que está a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido. Por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, el Magisterio de la Iglesia lo escucha devotamente, lo guarda celosamente y lo explica fielmente.

Los fieles, recordando la Palabra de Cristo a sus apóstoles: «El que a ustedes escucha, a mí me escucha» (Lc.10, 16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas. El Magisterio de la Iglesia es un guía seguro en la lectura e interpretación de la Sagrada Escritura, «ya que nadie puede interpretar por sí mismo la Escritura» (2 Ped. 1, 20).

El Magisterio de la Iglesia orienta también el crecimiento en la comprensión de la fe. Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la comprensión de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia cuando los fieles meditan la fe cristiana y comprenden internamente los misterios de la Iglesia. Es decir, el creyente vive la palabra de Dios en las circunstancias concretas de la historia y hace cada vez más explícito lo que estaba implícito en la Palabra de Dios.

En este sentido la Tradición divino-apostólica va creciendo, como sucede con cualquier organismo vivo. Este es precisamente el significado que hay que dar a las definiciones dogmáticas, hechas por el Magisterio de la Iglesia.

 

Conclusión

Resumiendo, podemos decir que la Iglesia no saca solamente de la Escritura la certeza de toda la Revelación Divina.

La Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un único depósito sagrado de la Palabra de Dios, en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.

 El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, a los obispos en comunión con el Papa.

 La Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan de Dios, están íntimamente unidos, de modo que ninguno puede subsistir sin los otros. Los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de los hombres.

 

Cuestionario

 

¿Qué fue primero: la Biblia o la Iglesia?

¿Qué significa la palabra revelación?

¿De cuántas maneras se reveló Dios al Hombre?

¿Qué ordenó Jesús antes de subir al cielo?

 ¿Cuándo se pusieron por escrito las enseñanzas de Jesús?

¿Qué significa la palabra Tradición Apostólica?

¿Basta la sola Biblia para la salvación?

¿Jesús fundó una Iglesia o mandó difundir la Biblia?

¿Cuál es la función del Magisterio?


actividad 4

LA SANTÍSIMA TRINIDAD (dogma) 

Un solo Dios en tres Personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La Iglesia dedica el siguiente domingo después de Pentecostés a la  celebración del día de la Santísima Trinidad,

Un misterio es todo aquello que no podemos entender con la razón. Es algo que sólo podemos comprender cuando Dios nos lo revela.

El misterio de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas-, es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo.

Aunque es un dogma difícil de entender, fue el primero que entendieron los Apóstoles. Después de la Resurrección, comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Los católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres, pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios.

Padre, Hijo y Espíritu Santo tienen la misma naturaleza, la misma divinidad, la misma eternidad, el mismo poder, la misma perfección; son un sólo Dios. Además, sabemos que cada una de las Personas de la Santísima Trinidad está totalmente contenida en las otras dos, pues hay una comunión perfecta entre ellas.

Con todo, las personas de la Santísima Trinidad son distintas entre sí, dada la diversidad de su misión: Dios Hijo-por quien son todas las cosas- es enviado por Dios Padre, es nuestro Salvador. Dios Espíritu Santo-en quien son todas las cosas- es el enviado por el Padre y por el Hijo, es nuestro Santificador.

Lo vemos claramente en la Creación, en la Encarnación y en Pentecostés

En la Creación, Dios Padre está como principio de todo lo que existe.

En la Encarnación, Dios se encarna, por amor a nosotros, en Jesús, para liberarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna.

En Pentecostés, el Padre y el Hijo se hacen presentes en la vida del hombre en la Persona del Espíritu santo, cuya misión es santificarnos, iluminándonos y ayudándonos con sus dones a alcanzar la vida eterna.

Para explicar este gran misterio, existen ciertos símbolos que son entendibles a nuestra razón: La Santísima Trinidad es simbolizada como un triángulo.

Cada uno de los vértices es parte del mismo triángulo y sin embargo cada uno es distinto

También podemos simbolizar a la Santísima Trinidad como una vela encendida: La vela en sí misma simboliza al Padre, la cera que escurre es el Hijo, que procede del Padre y la llama encendida es el Espíritu Santo. Los tres son "vela", pero son distintos entre sí. Hay quienes simbolizan a la Santísima Trinidad en forma de trébol. Cada una de las hojas es "trébol" pero son distintas entre sí.

¿Qué hacemos al persignarnos? "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" Es costumbre de los católicos repetir frecuentemente estas palabras, principalmente al principio y al fin de nuestras acciones.

Cada vez que hacemos la Señal de la Cruz sobre nuestro cuerpo, recordamos el misterio de la Santísima Trinidad.

 En el nombre del Padre: Ponemos la mano sobre la frente, señalando el cerebro que controla todo nuestro cuerpo, recordando en forma simbólica que Dios es la fuente de nuestra vida. Y del Hijo: Colocamos la mano en el pecho, donde está el corazón, que simboliza al amor. Recordamos con ello que por amor a los hombres, Jesucristo se encarnó, murió y resucitó para librarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna.

Y del Espíritu Santo: Colocamos la mano en el hombre izquierdo y luego en el derecho, recordando que el Espíritu Santo nos ayuda a cargar con el peso de nuestra vida, el que nos ilumina y nos da la gracia para vivir de acuerdo a los mandatos de Jesucristo.

 

Algunas personas argumentan que no es verdad porque no podemos entender el misterio de la Santísima Trinidad a través de la razón. Esto es cierto, no podemos entenderlo con la sola razón, necesitamos de la fe ya que se trata de un misterio. Es un misterio hermoso en el que Dios nos envía a su Hijo para salvarnos.

Está en la Biblia la palabra trinidad

2. ¿Dice la Biblia que hay tres personas en la Divinidad?

3. ¿Habla la Biblia concerniente al Padre, Hijo, y Espíritu Santo?

4. ¿Significan estos títulos utilizados en Mateo 28:19 que hay tres personas separadas y distintas en la Divinidad?

No, se refieren a tres distintos oficios, roles, o relación hacia la humanidad.

5. ¿Utiliza la Biblia la palabra tres para hacer referencia a Dios? la Biblia lo hace, 1 Juan 5:7.

6. ¿Utiliza la Biblia la palabra UNO para hacer referencia a Dios? ver: Zacarías 14:9; Malaquías 2:10; Mateo 23:9; Marcos 12:29, 32; Juan 8:41; 10:30; Romanos 3:30; 1Corintios 8:4; Gálatas 3:20; 1 Timoteo 2:5; Santiago 2:19.7.

¿Puede el misterio de la Divinidad ser entendido? Romanos 1:20; Colosenses 2:9; 1 Timoteo3:16.

8. ¿Tiene el cristiano un solo Padre Celestial?  Mateo 23:9.

9.  ¿por qué Jesús le dijo a Felipe, "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Juan 14:9) ?Porque Jesús es la misma expresión de la imagen de Dios. Hebreos 1:3. La palabra griega para persona en este versículo quiere literalmente decir "substancia."

10. ¿Dice la Biblia que hay que hay dos personas en la Divinidad?

11. ¿Dice la Biblia que la plenitud de la Divinidad es revelada en una persona? en Jesucristo. 1Corintios 4:4; Colosenses 1:19; 2:9; Hebreos 1:3.

12. ¿Está escondido el misterio de la Deidad para algunas personas? Lucas 10:21-22.

13. ¿Quién es el Padre? Deuteronomio 32:6; Malaquías 2:10.

14. ¿Dónde estaba Dios mientras Jesús estaba en la tierra? Juan 14:10; 1Corintios 5:19.

15. ¿Dijo el profeta Isaías que Jesús sería el Padre? Isaías 9:6; 63:16.16. (Génesis 1:26), ¿Estaba Dios hablándole a otra persona de la Divinidad? Isaías 44:24; Malaquías 2:10.17.

¿Cuántas cualidades de Dios estaban en Cristo?  Colosenses 2:9.

18. ¿Cómo podemos ver al Dios que envió a Jesús a la tierra? Juan 12: 44-45; 14:9.

19. ¿Dice la Biblia que Jesús es el Todopoderoso? Apocalipsis 1:820.¿Quién es, según dicen, la primera persona de la Trinidad?

21. ¿Quién es, según dicen, la última persona de la Trinidad? Apocalipsis 1:17 18

22. ¿Cuántas personas vió Juan en el cielo sentadas sobre el trono? Apocalipsis 4:2.

 

 

1. La palabra Trinidad nace del latín

 Proviene de la palabra latina “trinitas”, que significa “tres” y “triada”. El equivalente en griego es “triados”.

 2. Fue utilizada por primera vez por Teófilo de Antioquía El primer uso reconocido del término fue de Teófilo de Antioquía alrededor del año 170 para expresar la unión de las tres divinas personas en Dios.

En los tres primeros días que preceden a la creación del sol y de la luna, el Obispo ve imágenes de la Trinidad: “Los tres días que preceden a la creación de los cuerpos luminosos son símbolos de la Trinidad, de Dios, de su Verbo y de su Sabiduría”. (Para Autólicus 2:15)

 3. Trinidad significa un solo Dios y tres personas distintas El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (CCIC) lo explica así: “La Iglesia expresa su fe trinitaria confesando un solo Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las tres divinas Personas son un solo Dios porque cada una de ellas es idéntica a la plenitud de la única e indivisible naturaleza divina. Las tres son realmente distintas entre sí, por sus relaciones recíprocas: el Padre engendra al Hijo, el Hijo es engendrado por el Padre, el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo”. (CCIC, 48)

 4. La Trinidad es el misterio central de la fe cristiana Sí, y el Compendio lo explica de esta forma: “El misterio central de la fe y de la vida cristiana es el misterio de la Santísima Trinidad. Los cristianos son bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. (CCIC, 44)

 5. La Iglesia definió de forma infalible el dogma de la Santísima Trinidad El dogma de la Trinidad se definió en dos etapas, en el primer Concilio de Nicea (325 D.C.) y el primer Concilio de Constantinopla (381 D.C.).

 


La Oración 

La oración es necesaria para la vida espiritual: es la respiración que permite que la vida del espíritu se desarrolle, y actualiza la fe en la presencia de Dios y de su amor.

1. Qué es la oración

En castellano se cuenta con dos vocablos para designar la relación consciente y coloquial del hombre con Dios: plegaria y oración. La palabra “plegaria” proviene del verbo latino precor, que significa rogar, acudir a alguien solicitando un beneficio. El término “oración” proviene del substantivo latino oratio, que significa habla, discurso, lenguaje.

Las definiciones que se dan de la oración, suelen reflejar estas diferencias de matiz que acabamos de encontrar al aludir a la terminología. Por ejemplo, San Juan Damasceno, la considera como «la elevación del alma a Dios y la petición de bienes convenientes»; mientras que para San Juan Clímaco se trata más bien de una «conversación familiar y unión del hombre con Dios».

La oración es absolutamente necesaria para la vida espiritual. Es como la respiración que permite que la vida del espíritu se desarrolle. En la oración se actualiza la fe en la presencia de Dios y de su amor. Se fomenta la esperanza que lleva a orientar la vida hacia Él y a confiar en su providencia. Y se agranda el corazón al responder con el propio amor al Amor divino.

En la oración, el alma, conducida por el Espíritu Santo desde lo más hondo de sí misma (cfr. Catecismo, 2562), se une a Cristo, maestro, modelo y camino de toda oración cristiana (cfr. Catecismo, 2599 ss.), y con Cristo, por Cristo y en Cristo, se dirige a Dios Padre, participando de la riqueza del vivir trinitario (cfr. Catecismo, 2559-2564). De ahí la importancia que en la vida de oración tiene la Liturgia y, en su centro, la Eucaristía.

2. Contenidos de la oración

Los contenidos de la oración, como los de todo diálogo de amor, pueden ser múltiples y variados. Cabe, sin embargo, destacar algunos especialmente significativos:

Petición.

Es frecuente la referencia a la oración impetratoria a lo largo de toda la Sagrada Escritura; también en labios de Jesús, que no sólo acude a ella, sino que invita a pedir, encareciendo el valor y la importancia de una plegaria sencilla y confiada. La tradición cristiana ha reiterado esa invitación, poniéndola en práctica de muchas maneras: petición de perdón, petición por la propia salvación y por la de los demás, petición por la Iglesia y por el apostolado, petición por las más variadas necesidades, etc.

De hecho, la oración de petición forma parte de la experiencia religiosa universal. El reconocimiento, aunque en ocasiones difuso, de la realidad de Dios (o más genéricamente de un ser superior), provoca la tendencia a dirigirse a Él, solicitando su protección y su ayuda. Ciertamente la oración no se agota en la plegaria, pero la petición es manifestación decisiva de la oración en cuanto reconocimiento y expresión de la condición creada del ser humano y de su dependencia absoluta de un Dios cuyo amor la fe nos da conocer de manera plena (cfr. Catecismo, 2629.2635).

Acción de gracias.

El reconocimiento de los bienes recibidos y, a través de ellos, de la magnificencia y misericordia divinas, impulsa a dirigir el espíritu hacia Dios para proclamar y agradecerle sus beneficios. La actitud de acción de gracias llena desde el principio hasta el fin la Sagrada Escritura y la historia de la espiritualidad. Una y otra ponen de manifiesto que, cuando esa actitud arraiga en el alma, da lugar a un proceso que lleva a reconocer como don divino la totalidad de lo que acontece, no sólo aquellas realidades que la experiencia inmediata acredita como gratificantes, sino también de aquellas otras que pueden parecer negativas o adversas.

Consciente de que el acontecer está situado bajo el designio amoroso de Dios, el creyente sabe que todo redunda en bien de quienes –cada hombre– son objeto del amor divino (cfr. Rm 8, 28). «Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. —Porque te da esto y lo otro. —Porque te han despreciado. —Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes. Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. —Porque creó el Sol y la Luna y aquel animal y aquella otra planta. —Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso... Dale gracias por todo, porque todo es bueno».

Adoración y alabanza.

Es parte esencial de la oración reconocer y proclamar la grandeza de Dios, la plenitud de su ser, la infinitud de su bondad y de su amor. A la alabanza se puede desembocar a partir de la consideración de la belleza y magnitud del universo, como acontece en múltiples textos bíblicos (cfr., por ejemplo, Sal 19; Si 42, 15-25; Dn 3, 32-90) y en numerosas oraciones de la tradición cristiana; o a partir de las obras grandes y maravillosas que Dios opera en la historia de la salvación, como ocurre en el Magnificat (Lc 1, 46-55) o en los grandes himnos paulinos (ver, por ejemplo, Ef 1, 3-14); o de hechos pequeños e incluso menudos en los que se manifiesta el amor de Dios.

En todo caso, lo que caracteriza a la alabanza es que en ella la mirada va derechamente a Dios mismo, tal y como es en sí, en su perfección ilimitada e infinita. «La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo que Él es» (Catecismo, 2639). Está por eso íntimamente unida a la adoración, al reconocimiento, no sólo intelectual sino existencial, de la pequeñez de todo lo creado en comparación con el Creador y, en consecuencia, a la humildad, a la aceptación de la personal indignidad ante quien nos trasciende hasta el infinito; a la maravilla que causa el hecho de que ese Dios, al que los ángeles y el universo entero rinde pleitesía, se haya dignado no sólo a fijar su mirada en el hombre, sino habitar en el hombre; más aún, a encarnarse.

Adoración, alabanza, petición, acción de gracias resumen las disposiciones de fondo que informan la totalidad del diálogo entre el hombre y Dios. Sea cual sea el contenido concreto de la oración, quien reza lo hace siempre, de una forma u otra, explícita o implícitamente, adorando, alabando, suplicando, implorando o dando gracias a ese Dios al que reverencia, al que ama y en el que confía. Importa reiterar, a la vez, que los contenidos concretos de la oración podrán ser muy variados. En ocasiones se acudirá a la oración para considerar pasajes de la Escritura, para profundizar en alguna verdad cristiana, para revivir la vida Cristo, para sentir la cercanía de Santa María... En otras, iniciará a partir de la propia vida para hacer partícipe a Dios de las alegrías y los afanes, de las ilusiones y los problemas que el existir comporta; o para encontrar apoyo o consuelo; o para examinar ante Dios el propio comportamiento y llegar a propósitos y decisiones; o más sencillamente para comentar con quien sabemos que nos ama las incidencias de la jornada.

Encuentro entre el creyente y Dios en quien se apoya y por el que se sabe amado, la oración puede versar sobre la totalidad de las incidencias que conforman el existir, y sobre la totalidad de los sentimientos que puede experimentar el corazón. «Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?” ¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!”». Siguiendo una y otra vía, la oración será siempre un encuentro íntimo y filial entre el hombre y Dios, que fomentará el sentido de la cercanía divina y conducirá a vivir cada día de la existencia de cara a Dios.

3. Expresiones o formas de la oración

Atendiendo a los modos o formas de manifestarse la oración, los autores suelen ofrecer diversas distinciones: oración vocal y oración mental; oración pública y oración privada; oración predominantemente intelectual o reflexiva y oración afectiva; oración reglada y oración espontánea, etc. En otras ocasiones los autores intentan esbozar una gradación en la intensidad de la oración distinguiendo entre oración mental, oración afectiva, oración de quietud, contemplación, oración unitiva...

El Catecismo estructura su exposición distinguiendo entre: oración vocal, meditación y oración de contemplación. Las tres «tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de todas ellas tiempos fuertes de la vida de oración» (Catecismo, 2699). Un análisis del texto evidencia, por lo demás, que el Catecismo al emplear esa terminología no hace referencia a tres grados de la vida de oración, sino más bien a dos vías, la oración vocal y la meditación, presentándo ambas como aptas para conducir a esa cumbre en la vida de oración que es la contemplación. En nuestra exposición nos atendremos a este esquema.

Oración vocal

La expresión “oración vocal” apunta a una oración que se expresa vocalmente, es decir, mediante palabras articuladas o pronunciadas. Esta primera aproximación, aun siendo exacta, no va al fondo del asunto. Pues, de una parte, todo dialogar interior, aunque pueda ser calificado como exclusiva o predominantemente mental, hace referencia, en el ser humano, al lenguaje; y, en ocasiones, al lenguaje articulado en voz alta, también en la intimidad de la propia estancia. De otra, hay que afirmar que la oración vocal no es asunto sólo de palabras sino sobre todo de pensamiento y de corazón. De ahí que sea más exacto sostener que la oración vocal es la que se hace utilizando fórmulas preestablecidas tanto largas como breves (jaculatorias), bien tomadas de la Sagrada Escritura (el Padrenuestro, el Avemaria...), bien recibidas de la tradición espiritual (el Señor mío Jesucristo, el Veni Sancte Spiritus, la Salve, el Acordaos...).

Todo ello, como resulta obvio, con la condición de que las expresiones o formulas recitadas vocalmente sean verdadera oración, es decir, que cumplan con el requisito de que quien las recita lo haga no sólo con la boca sino con la mente y el corazón. Si esa devoción faltara, si no hubiera conciencia de quién es Aquél al que la oración se dirige, de qué es lo que en la oración se dice y de quién es aquél la dice, entonces, como afirma con expresión gráfica Santa Teresa de Jesús, no se puede hablar propiamente de oración «aunque mucho se meneen los labios».

La oración vocal juega un papel decisivo en la pedagogía de la plegaría, sobre todo en el inicio del trato con Dios. De hecho, mediante el aprendizaje de la señal de la Cruz y de oraciones vocales el niño, y con frecuencia también el adulto, se introduce en la vivencia concreta de la fe y, por tanto, de la vida de oración. No obstante, el papel y la importancia de la oración vocal no está limitada a los comienzos del diálogo con Dios, sino que está llamada a acompañar la vida espiritual durante todo su desarrollo.

La meditación

Meditar significa aplicar el pensamiento a la consideración de una realidad o de una idea con el deseo de conocerla y comprenderla con mayor hondura y perfección. En un cristiano la meditación –a la que con frecuencia se designa también oración mental– implica orientar el pensamiento hacia Dios tal y como se ha revelado a lo largo de la historia de Israel y definitiva y plenamente en Cristo. Y, desde Dios, dirigir la mirada a la propia existencia para valorarla y acomodarla al misterio de vida, comunión y amor que Dios ha dado a conocer.

La meditación puede desarrollarse de forma espontánea, con ocasión de los momentos de silencio que acompañan o siguen a las celebraciones litúrgicas o a raíz de la lectura de algún texto bíblico o de un pasaje autor espiritual. En otros momentos puede concretarse mediante la dedicación de tiempos específicamente destinados a ello. En todo caso, es obvio que –especialmente en los principios, pero no sólo entonces– implica esfuerzo, deseo de profundizar en el conocimiento de Dios y de su voluntad, y en el empeño personal efectivo con vistas a la mejora de la vida cristiana. En ese sentido, puede afirmarse que «la meditación es, sobre todo, una búsqueda» (Catecismo, 2705); si bien conviene añadir que se trata no de la búsqueda de algo, sino de Alguien. A lo que tiende la meditación cristiana no es sólo, ni primariamente, a comprender algo (en última instancia, a entender el modo de proceder y de manifestarse de Dios), sino a encontrarse con Él y, encontrándolo, identificarse con su voluntad y unirse a Él.

La oración contemplativa

El desarrollo de la experiencia cristiana, y, en ella y con ella, el de la oración, conducen a una comunicación entre el creyente y Dios cada vez más continuada, más personal y más íntima. En ese horizonte se sitúa la oración a la que el Catecismo califica de contemplativa, que es fruto de un crecimiento en la vivencia teologal del que fluye un vivo sentido de la cercanía amorosa de Dios; en consecuencia, el trato con Él se hace cada vez más directo, familiar y confiado, e incluso, más allá de las palabras y del pensamiento reflejo, se llega a vivir de hecho en íntima comunión con Él.

«¿Qué es esta oración?», se interroga el Catecismo al comienzo del apartado dedicado a la oración contemplativa, para contestar enseguida afirmando, con palabras tomadas de Santa Teresa de Jesús, que no es otra cosa «sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama». La expresión oración contemplativa, tal y como la emplean el Catecismo y otros muchos escritos anteriores y posteriores, remite pues a lo que cabe calificar como el ápice de la contemplación; es decir, el momento en el que, por acción de la gracia, el espíritu es conducido hasta el umbral de lo divino trascendiendo toda otra realidad. Pero también, y más ampliamente, a un crecimiento vivo y sentido de la presencia de Dios y del deseo de una profunda comunión con Él. Y ello sea en los tiempos dedicados especialmente a la oración, sea en el conjunto del existir. La oración está, en suma, llamada a envolver a la entera persona humana –inteligencia, voluntad y sentimientos–, llegando al centro del corazón para cambiar sus disposiciones, a informar toda la vida del cristiano, haciendo de él otro Cristo (cfr. Ga 2,20).

4. Condiciones y características de la oración

La oración, como todo acto plenamente personal, requiere atención e intención, conciencia de la presencia de Dios y diálogo efectivo y sincero con Él. Condición para que todo eso sea posible es el recogimiento. La voz recogimiento significa la acción por la que la voluntad, en virtud de la capacidad de dominio sobre el conjunto de las fuerzas que integran la naturaleza humana, procura moderar la tendencia a la dispersión, promoviendo de esa forma el sosiego y la serenidad interiores. Esta actitud es esencial en los momentos dedicados especialmente a la oración, cortando con otras tareas y procurando evitar las distracciones. Pero no ha de quedar limitada a esos tiempos: sino que debe extenderse, hasta llegar al recogimiento habitual, que se identifica con una fe y un amor que, llenando el corazón, llevan a procurar vivir la totalidad de las acciones en referencia a Dios, ya sea expresa o implícitamente.

Otra de las condiciones de la oración es la confianza. Sin una confianza plena en Dios y en su amor, no habrá oración, al menos oración sincera y capaz de superar las pruebas y dificultades. No se trata sólo de la confianza en que una determinada petición sea atendida, sino de la seguridad que se tiene en quien sabemos que nos ama y nos comprende, y ante quien se puede por tanto abrir sin reservas el propio corazón (cfr. Catecismo, 2734-2741).

En ocasiones la oración es diálogo que brota fácilmente, incluso acompañado de gozo y consuelo, desde lo hondo del alma; pero en otros momentos –tal vez con más frecuencia– puede reclamar decisión y empeño. Puede entonces insinuarse el desaliento que lleva a pensar que el tiempo dedicado al trato con Dios carece sentido (cfr. Catecismo, n. 2728). En estos momentos, se pone de manifiesto la importancia de otra de las cualidades de la oración: la perseverancia. La razón de ser de la oración no es la obtención de beneficios, ni la busca de satisfacciones, complacencias o consuelos, sino la comunión con Dios; de ahí la necesidad y el valor de la perseverancia en la oración, que es siempre, con aliento y gozo o sin ellos, un encuentro vivo con Dios (cfr. Catecismo, 2742-2745, 2746-2751).

Rasgo específico, y fundamental, de la oración cristiana es su carácter trinitario. Fruto de la acción del Espíritu Santo que, infundiendo y estimulando la fe, la esperanza y el amor, lleva a crecer en la presencia de Dios, hasta saberse a la vez en la tierra, en la que se vive y trabaja, y en el cielo, presente por la gracia en el propio corazón. El cristiano que vive de fe se sabe invitado a tratar a los ángeles y a los santos, a Santa María y, de modo especial, a Cristo, Hijo de Dios encarnado, en cuya humanidad percibe la divinidad de su persona. Y, siguiendo ese camino, a reconocer la realidad de Dios Padre y de su infinito amor, y a entrar cada vez con más hondura en un trato confiado con Él.

La oración cristiana es por eso y de modo eminente una oración filial. La oración de un hijo que, en todo momento –en la alegría y en el dolor, en el trabajo y en el descanso– se dirige con sencillez y sinceridad a su Padre para colocar en sus manos los afanes y sentimientos que experimenta en el propio corazón, con la seguridad de encontrar en Él comprensión y acogida. Más aún, un amor en el que todo encuentra sentido.

 

Textos bíblicos

Ef 6,18. (CC2697) Ts 5,16-18; Sgo 1,5-8; Mt 7,7-8; (CC 2623-2643) 2 Cor 12,8-9; Mt 6,7-8; Ef 3,20-21.

1       cuantas formas de oración existen? 

2.      porque debo de orar?

3.      cual es lo oración por excelencia?

4.      cuál es la mejor forma de orar?

5.      como sé que dios escucha mi oración?

6.      como puedo orar siempre como Jesús sin desfallecer?

7.      porque debo pedir las cosas que dios sabe que necesito?

8.      que es la oración?

9.      estamos obligados a orar?

10.  que significa orar en el nombre de Jesús?

11.  cuál es el sentido de la oración de meditación? (cc 2699)

12.  cuál es la mejor virtud de la oración? 

13.  como oraba Jesús?

14.  como a orado la iglesia?

15.  se puede ser buen cristiano sin oración?

16.  qué debo hacer para empezar a orar que es el silencio interior?

17.  como saber si hago bien mi oración?

18.  conozco a dios desde el fondo de mi corazón?


ser cristiano 


Un cristiano tiene fe en el Señor Jesucristo.

Un cristiano cree que mediante la gracia de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo podemos arrepentirnos.

La palabra cristiano significa tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, lo cual hacemos al ser bautizados y recibir el Espíritu Santo. Cuando seguimos a Jesucristo, llegamos a ser la persona que el Padre Celestial desea que seamos.

El cristiano es siempre discípulo del Maestro, Jesús, que nos enseña a ser verdaderos hijos de Dios, nuestro Padre, hombres y mujeres que por su fe en Jesús, su esperanza en la venida de Cristo, y su amor crucificado llegan a ser sal de la tierra y luz del mundo.



LA GRACIA

fundamentación bíblica 

Hebreos 4,16

Efesios 2,4-5

1 San Pedro 5,10

Tito 2,11-12

Isaías 30,18

2 Timoteo 1,9

Apocalipsis 22,21

Romanos 6,15

Efesios 2,8-9

Salmo 90,17

Juan 13,16

Romanos 5,15

2 Corintios 12,9 

La gracia santificante

La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida...

 Fuente: Catecismo de la iglesia

La gracia del Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios. El Espíritu, uniéndonos por medio de la fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de Cristo, nos hace participar en su vida.

La justificación, como la conversión, presenta dos aspectos. Bajo la moción de la gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el perdón y la justicia de lo Alto.

La justificación entraña la remisión de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior. La justificación nos fue merecida por la Pasión de Cristo. Nos es concedida mediante el Bautismo. Nos conforma con la justicia de Dios que nos hace justos. Tiene como finalidad la gloria de Dios y de Cristo y el don de la vida eterna. Es la obra más excelente de la misericordia de Dios.

La gracia es el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra vocación de llegar a ser sus hijos adoptivos. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria.

La iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita la respuesta libre del hombre. La gracia responde a las aspiraciones profundas de la libertad humana; y la llama a cooperar con ella, y la perfecciona.

La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla.

La gracia santificante nos hace ‘agradables a Dios’. Los carismas, que son gracias especiales del Espíritu Santo, están ordenados a la gracia santificante y tienen por fin el bien común de la Iglesia. Dios actúa así mediante gracias actuales múltiples que se distinguen de la gracia habitual, que es permanente en nosotros.”

El hombre no tiene, por sí mismo, mérito ante Dios sino como consecuencia del libre designio divino de asociarlo a la obra de su gracia. El mérito pertenece a la gracia de Dios en primer lugar, y a la colaboración del hombre en segundo lugar. El mérito del hombre retorna a Dios.

La gracia del Espíritu Santo, en virtud de nuestra filiación adoptiva, puede conferirnos un verdadero mérito según la justicia gratuita de Dios. La caridad es en nosotros la principal fuente de mérito ante Dios.

Nadie puede merecer la gracia primera que constituye el inicio de la conversión. Bajo la moción del Espíritu Santo podemos merecer en favor nuestro y de los demás todas las gracias útiles para llegar a la vida eterna, como también los necesarios bienes temporales.”

‘Todos los fieles... son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad’ . ‘La perfección cristiana sólo tiene un límite: el de no tener límite´.

‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’ (Mt 16, 24).

La Gracia

Gracia es palabra que denota la belleza, la bondad, el encanto, el reconocimiento (la lengua española tiene una palabra bellísima: ¡gracias!). Para la fe cristina la gracia encierra todos estos significados y mucho más: designa el amor que el Señor manifiesta por todos los hombres. Tal amor culmina en el don que Dios hace de su propio Hijo Jesucristo, el cual se hace hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios y herederos de sus bienes, llamados a habitar en su misma casa, el Paraíso.  La gracia, esto es, la vida divina en nosotros, es ofrecida por Dios generosamente, no se niega nunca a nuestras oraciones, y en la justa medida nos socorre en nuestras necesidades.

Los hombres tienen un solo deber: el de acogerla. Aun cuando pueda parecer increíble, a menudo el hombre no acepta este don maravilloso del amor de Dios. Pero Dios insiste y nos repite a cada uno de nosotros como al Pueblo de Israel: "Abre la boca, que te la llene" (Sal 81, 11). Ábrela, pues, de otro modo continuarás vagando por el desierto, en la estepa, y serás infeliz.

San Agustín, que había experimentado la soledad de quien está alejado de Dios, ha podido pronunciar aquellas famosas palabras: "Mi corazón está inquietud, Señor, hasta que descanse en ti".

 ¿Qué es la gracia?

La gracia es un don sobrenatural mediante el cual Dios nos hace partícipes de su vida trinitaria.

¿Cómo se divide la gracia?

La gracia se divide en santificante y actual.

 ¿Qué es la gracia santificante?

La gracia santificante es un don permanente y sobrenatural, es decir, superior a las posibilidades de la naturaleza, que eleva y perfecciona nuestra alma haciendo que seamos hijos de Dios y herederos del cielo.

 ¿Qué es la gracia actual?

La gracia actual es una intervención de Dios que mueve al alma hacia el bien sobrenatural?

 ¿Por qué se llama actual?

Se llama actual porque no es una cualidad permanente, sino una ayuda transitoria.

¿Hay alguna relación entra la gracia santificante y las tres virtudes teologales?

La gracia santificante está siempre acompañada de las tres virtudes teologales y de los dones del Espíritu santo.

 ¿Es verdad también lo contrario, esto es, que las tres virtudes teologales están siempre unidas a la gracia?

No, lo contrario no es siempre cierto, porque también quien está privado de la gracia santificante puede conservar la fe y la esperanza, mediante las cuales con la ayuda de la gracia actual puede comprender el camino de retorno a Dios, es decir, de la plena conversión.

 ¿La gracia santificante es compatible con el pecado mortal?

La gracia santificante no es compatible con el pecado mortal, que se llama precisamente "mortal" porque, haciendo perder la gracia santificante, destruye la vida sobrenatural del alma.

¿Qué es la justificación?

La justificación es el pase del estado de pecado al estado de gracia.

 ¿Cómo viene la justificación?

En quien no está bautizado la justificación viene a través de la fe que conduce al sacramento del bautismo. Por el contrario, en el caso de un pecador ya bautizado la justificación viene mediante el sacramento de la Penitencia o Confesión.

¿Qué significa la expresión: "estar en gracia de Dios"?

"Estar en gracia de Dios" significa poseer la gracia santificante, es decir, tener el alma libre del pecado mortal.

 ¿Es importante vivir la gracia de Dios?

Vivir en gracia de Dios, y en particular morir en gracia de Dios, es la única cosa verdaderamente importante para el hombre.

 ¿Cómo se llama el don por el cual el hombre obtiene morir en gracia de Dios?

El don por el cual el hombre obtiene el morir en gracia de Dios se llama "perseverancia final".

 ¿Cómo se puede obtener la perseverancia final?

El gran don de la perseverancia final puede ser obtenido con la oración humilde y confiada, hecha confiando sobre todo en la intercesión de la Bienaventurada Virgen maría, a la cual pedimos a menudo que interceda por nosotros "en la ora de nuestra muerte".

¿Qué es el mérito?

El mérito es un cierto derecho de recibir una recompensa por las propias acciones. Dios concede gratuitamente este derecho a quien está en estado de gracia, por el cual las acciones buenas realizadas por el hombre merecen un aumento de la gracia misma y, si el hombre persevera hasta el final, la vida eterna.

¿Qué es la santidad cristiana?

La santidad cristiana es aquel estado en el cual el hombre, habiendo así alcanzado la plena conformación con Cristo, vive la caridad de manera perfecta bajo la guía del Espíritu Santo.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica: "La gracia es el favor, el auxilio gratuito e inmerecido que Dios da para responder a su llamado de ser hijos de Dios, hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina y la vida eterna". En la Iglesia Católica, "gracia" se divide en "gracia real" y "gracia santificante". Ambas formas de gracia son vitales para la "vida sobrenatural" del alma de cada católico.

Gracia en la iglesia católica

Mientras que la división permanente de la gracia real y sobrenatural es relativamente reciente, teniendo lugar sólo después del Concilio de Trento en el siglo 16, es un tema importante en la vida de los fieles católicos. Tanto la gracia actual como la gracia santificante son necesarias para permitir al alma alcanzar un estado de dignidad para entrar en el Cielo. De acuerdo con el sitio web de Cultura Católica, las dos formas de la gracia "son el medio indispensable necesario para alcanzar la visión beatífica (y secundariamente) incluye bendiciones tales como los dones milagrosos de la profecía o sanidad, o los dones preternaturales de la libertad de la concupiscencia".

 

Gracia actual

La gracia actual es la forma temporal de la gracia. Según la enciclopedia católica New Advent, es "una ayuda sobrenatural de Dios por los actos saludables otorgados en consideración a los méritos de Cristo". Es, esencialmente, un medio por el que Dios ayuda a los seres humanos a entrar en comunión con Él y crecer en el gracia sobrenatural que les permite entrar en el Cielo. Porque la gracia actual es de naturaleza transitoria, corresponde a los seres humanos actuar sobre las "sugerencias" que Dios ha dado a fin de contribuir la gracia santificante.

 

Gracia santificante

La gracia santificante es a veces llamada "la gracia habitual." Según el Catecismo Católico, la gracia santificante es "un don habitual, una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. A diferencia de la gracia actual, la gracia santificante es un estado permanente, una propiedad que engrana con el alma de la persona y sólo se pierde por el pecado mortal.

 

Relación de la gracia sacramental y la gracia santificante

Una persona recibe la gracia sacramental a través de "la recepción válida y fructuosa de los sacramentos". La gracia sacramental siempre es fuente sea de la gracia actual, en el momento en que se recibe el sacramento, o de la gracia santificante, cuando se es bautizado, absuelto del pecado o cuando se da la extremaunción . La gracia santificante es también aumentada "cuando un sacramento se recibe en el estado de gracia".

 https://es.catholic.net/op/articulos/23289/cat/611/la-gracia-santificante.html#modal

https://www.ehowenespanol.com/tipos-gracia-principales-iglesia-catolica-info_247368/


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Reciban un cordial saludo de Paz y Bien. empezamos un nuevo proceso en nuestro camino de la vida cristiana espero su disponibilidad en esta ...