Reciban un cordial saludo de Paz y Bien.
empezamos un nuevo proceso en nuestro camino de la vida cristiana espero su disponibilidad en esta nueva aventura que juntos exploraremos, junto con nuestro Padre Dios su Hijo Jesucristo y María Santísima en compañía del Espíritu Santo.
¿Qué es la confirmación?
La confirmación es uno de los siete sacramentos de la Iglesia católica, practicado también por la Iglesia ortodoxa y la anglicana. Su propósito es renovar las promesas bautismales y expresar públicamente el compromiso del seguimiento del Evangelio.
En los comentarios vamos a dar respuesta a la siguiente pregunta
La Revelación Divina
La
Revelación es la manifestación de Dios y de su voluntad acerca de nuestra
salvación. Viene de la palabra «revelar», que quiere decir «quitar el velo», o
«descubrir».
Dios se
reveló de dos maneras: La Revelación natural, o revelación mediante las cosas
creadas. Dice el apóstol Pablo: «Todo aquello que podemos conocer de Dios El
mismo se lo manifestó. Pues, si bien a El no lo podemos ver, lo contemplamos,
por lo menos, a través de sus obras, puesto que El hizo el mundo, y por sus
obras entendemos que El es eterno y poderoso, y que es Dios» (Rom 1,19-20).
La
Revelación sobrenatural o divina
Desde un
principio Dios empezó también a revelarse a través de un contacto más directo
con los hombres, mediante los antiguos profetas y de una manera perfecta y
definitiva en la persona de Cristo Jesús, el Hijo de Dios. «En diversas
ocasiones y bajo diferentes formas, Dios habló a nuestros padres, por medio de
los profetas, hasta que, en estos días que son los últimos, nos habló a
nosotros por medio de su Hijo» (Heb.1,1-2). Jesús nos reveló a Dios mediante
sus palabras y obras, sus signos y milagros; sobre todo mediante su muerte y su
gloriosa resurrección y con el envío del Espíritu Santo sobre su Iglesia. Todo
lo que Jesús hizo y enseñó se llama «Evangelio», es decir, «Buena noticia de la
Salvación».
¿Cómo fue
transmitida la Revelación Divina?
Para llevar
el Evangelio por todo el mundo, Jesús encargó a los apóstoles y a sus
sucesores, como pastores de la Iglesia que El fundó personalmente: «Vayan y
hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a cumplir todo lo que yo les
he encomendado. Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este
mundo» (Mt. 28,18-20).
Aquí notamos
cómo Jesús ordenó «predicar» y «proclamar» su Evangelio. Y de hecho los
Apóstoles «predicaron» la Buena Nueva de Cristo. Años después algunos de ellos
pusieron por escrito esta predicación. Es decir, al comienzo la Iglesia se
preocupó de predicar el Evangelio. Por supuesto el Evangelio que Jesús entregó
a los Apóstoles no estaba escrito. Jesús no escribió nunca una carta a sus
Apóstoles; su enseñanza era solamente oral. Así lo hicieron también los
Apóstoles.
La Tradición
Apostólica
Este mensaje
escuchado por boca de Jesús, vivido, meditado y transmitido oralmente por los
Apóstoles, se llama «la Tradición Apostólica». Cuando aquí hablamos de la
Tradición» (con mayúscula), nos referimos siempre a la «Tradición Apostólica».
No debemos confundir «la Tradición Apostólica» con la «tradición» que en
general se refiere a costumbres, ideas, modos de vivir de un pueblo y que una
generación recibe de las anteriores. Una tradición de este tipo es puramente
humana y puede ser abandonada cuando se considera inútil. Así Jesús mismo
rechazó ciertas tradiciones del pueblo judío: «Ustedes incluso dispensan del
mandamiento de Dios para mantener la tradición de los hombres» (Mc.7,8).
La Tradición
Apostólica se refiere a la transmisión del Evangelio de Jesús. Jesús, además de
enseñar a sus apóstoles con discursos y ejemplos, les enseñó una manera de
orar, de actuar y de convivir. Estas eran las tradiciones que los apóstoles
guardaban en la Iglesia. El apóstol Pablo en su carta a los Corintios se
refiere a esta Tradición Apostólica: «Yo mismo recibí esta tradición que, a su
vez, les he transmitido» (1 Cor. 11, 23).
Resumiendo,
podemos decir que Jesús mandó «predicar», no «escribir» su Evangelio. Jesús
nunca repartió una Biblia. El Señor fundó su Iglesia, asegurándole que
permanecerá hasta el fin del mundo. Y la Iglesia vivió muchos años de la
Tradición Apostólica, sin tener los libros sagrados del Nuevo Testamento.
La Biblia
Solamente
una parte de la Palabra de Dios, proclamada oralmente, fue puesta por escrito
por los mismos apóstoles y otros evangelistas de su generación.
Estos
escritos, inspirados por el Espíritu Santo, dan origen al Nuevo Testamento
(NT), que es la parte más importante de toda la Biblia. Está claro que al
escribir el NT, no se puso por escrito «todo» el Evangelio de Jesús. «Jesús
hizo muchas otras cosas. Si se escribieran una por una, creo que no habría
lugar en el mundo para tantos libros», nos dice el apóstol Juan (Jn. 21,25).
La Sagrada
Escritura, y especialmente el NT, es la Palabra de Dios, que nos manifiesta al
Hijo en quien expresó Dios el resplandor de su gloria (Heb.1,3).
Podemos
decir que sólo la parte más importante y fundamental de la Tradición Apostólica
fue puesta por escrito. Por esta razón la Iglesia siempre ha tenido una veneración
muy especial por las Divinas Escrituras.
Biblia y
Tradición
Después de
esto podemos decir que la revelación divina ha llegado hasta nosotros por la
Tradición Apostólica y por la Sagrada Escritura. No debemos considerarlas como
dos fuentes, sino como dos aspectos de la Revelación de Dios. El Concilio
Vaticano II lo describe muy bien: «La Tradición Apostólica y la Sagrada
Escritura manan de la misma fuente, se unen en un mismo caudal y corren hacia
el mismo fin». La Tradición y la Escritura están unidas y ligadas, de modo que
ninguna puede subsistir sin la otra.
Además, la
Sagrada Escritura presenta la Tradición como base de la fe del creyente: «Todo
lo que han aprendido, recibido y oído de mí, todo lo que me han visto hacer,
háganlo» (Fil.4,9). «Lo que aprendiste de mí, confirmado por muchos testigos,
confíalo a hombres que merezcan confianza, capaces de instruir después a otros»
(2. Tim. 2,2).
«Hermanos,
manténganse firmes guardando fielmente las tradiciones que les enseñamos de
palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).
Está claro
que el Apóstol Pablo, para confirmar la fe de los cristianos, no usa solamente
la Palabra de Dios escrita, sino que recuerda también de una manera muy
especial la Tradición o la predicación oral. Para el Apóstol las formas de transmisión
del Evangelio: Sagrada Escritura y Tradición, tienen la misma importancia. En
realidad, una vez que se escribió el NT no se consideró acabada la Tradición
Apostólica, como si estuviera completa la Revelación Divina. La Biblia no dice
eso; en ninguna parte está escrito que el cristiano debe someterse ¡sólo a la
Biblia! Esta es una idea que surgió entre los protestantes recién en los años
1550. En la Iglesia Católica hubo siempre una conciencia clara sobre la
importancia de la Tradición Apostólica, sin quitar a la Biblia el valor que
tiene.
¿Sólo la
Biblia?
Es un error
creer que basta la Biblia para nuestra salvación. Esto nunca lo ha dicho Jesús
y tampoco está escrito en la Biblia. Jesús, reitero, nunca escribió un libro
sagrado, ni repartió ninguna Biblia. Lo único que hizo Jesús fue fundar su
Iglesia y entregarle su Evangelio para que fuera anunciado a todos los hombres
hasta el fin del mundo.
Fue dentro
de la Tradición de la Iglesia donde se escribió y fue aceptado el N.T., bajo su
autoridad apostólica. Además la Iglesia vivió muchos años sin el N.T., el que
se terminó de escribir en el año 97 después de Cristo. Y también es la Iglesia
la que, en los años 393-397, estableció el Canon o lista de los libros que
contienen el N.T. Por tanto, si aceptamos solamente la Biblia, ¿Cómo sabemos
cuáles son los libros inspirados? La Biblia, en efecto, no contiene ninguna
lista de ellos. Fue la Tradición de la Iglesia la que nos transmitió la lista
de los libros inspirados. Supongamos que se perdiera la Biblia, en ese caso la
Iglesia seguiría poseyendo toda la verdad acerca de Cristo, la cual hasta la
fecha ha sido transmitida fielmente por la Tradición, tal como lo hizo antes de
escribir el NT.
Los
evangélicos, al aceptar solamente la Biblia, están reduciendo considerablemente
el conocimiento auténtico de la Revelación Divina. Guardemos esta ley de oro
que nos dejó el apóstol Pablo: «Manténganse firmes guardando fielmente la
Tradiciones que les enseñamos de palabra y por carta» (2 Tes. 2,15).
El
Magisterio de la Iglesia
La
Revelación Divina abarca la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura. Este
depósito de la fe (cf. 1 Tim. 6, 20; 2 Tim. 1, 12-14) fue confiado por los
Apóstoles al conjunto de la Iglesia. Ahora bien el oficio de interpretar
correctamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al
Magisterio vivo de la Iglesia. Ella lo ejercita en nombre de Jesucristo. Este
Magisterio, según la Tradición Apostólica, lo forman los obispos en comunión
con el sucesor de Pedro que es el obispo de Roma o el Papa.
El
Magisterio no está por encima de la Revelación Divina, sino que está a su
servicio, para enseñar puramente lo transmitido. Por mandato divino y con la
asistencia del Espíritu Santo, el Magisterio de la Iglesia lo escucha
devotamente, lo guarda celosamente y lo explica fielmente.
Los fieles,
recordando la Palabra de Cristo a sus apóstoles: «El que a ustedes escucha, a
mí me escucha» (Lc.10, 16), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices
que sus pastores les dan de diferentes formas. El Magisterio de la Iglesia es
un guía seguro en la lectura e interpretación de la Sagrada Escritura, «ya que
nadie puede interpretar por sí mismo la Escritura» (2 Ped. 1, 20).
El
Magisterio de la Iglesia orienta también el crecimiento en la comprensión de la
fe. Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la comprensión de la fe puede
crecer en la vida de la Iglesia cuando los fieles meditan la fe cristiana y
comprenden internamente los misterios de la Iglesia. Es decir, el creyente vive
la palabra de Dios en las circunstancias concretas de la historia y hace cada
vez más explícito lo que estaba implícito en la Palabra de Dios.
En este
sentido la Tradición divino-apostólica va creciendo, como sucede con cualquier
organismo vivo. Este es precisamente el significado que hay que dar a las
definiciones dogmáticas, hechas por el Magisterio de la Iglesia.
Conclusión
Resumiendo,
podemos decir que la Iglesia no saca solamente de la Escritura la certeza de
toda la Revelación Divina.
La Tradición
y la Sagrada Escritura constituyen un único depósito sagrado de la Palabra de
Dios, en el cual, como en un espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios,
fuente de todas sus riquezas.
El oficio de interpretar auténticamente la
Palabra de Dios ha sido confiado únicamente al Magisterio de la Iglesia, a los
obispos en comunión con el Papa.
La Tradición, la Escritura y el Magisterio de
la Iglesia, según el plan de Dios, están íntimamente unidos, de modo que
ninguno puede subsistir sin los otros. Los tres, cada uno según su carácter, y
bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación
de los hombres.
Cuestionario
¿Qué fue
primero: la Biblia o la Iglesia?
¿Qué
significa la palabra revelación?
¿De cuántas
maneras se reveló Dios al Hombre?
¿Qué ordenó
Jesús antes de subir al cielo?
¿Cuándo se pusieron por escrito las enseñanzas
de Jesús?
¿Qué
significa la palabra Tradición Apostólica?
¿Basta la
sola Biblia para la salvación?
¿Jesús fundó
una Iglesia o mandó difundir la Biblia?
¿Cuál es la
función del Magisterio?
actividad 4
LA SANTÍSIMA
TRINIDAD (dogma)
Un solo Dios
en tres Personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La Iglesia
dedica el siguiente domingo después de Pentecostés a la celebración del día de la Santísima Trinidad,
Un misterio
es todo aquello que no podemos entender con la razón. Es algo que sólo podemos
comprender cuando Dios nos lo revela.
El misterio
de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas-, es el
misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios
en Sí mismo.
Aunque es un
dogma difícil de entender, fue el primero que entendieron los Apóstoles.
Después de la Resurrección, comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por
el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus
corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
Los
católicos creemos que la Trinidad es Una. No creemos en tres dioses, sino en un
sólo Dios en tres Personas distintas. No es que Dios esté dividido en tres,
pues cada una de las tres Personas es enteramente Dios.
Padre, Hijo
y Espíritu Santo tienen la misma naturaleza, la misma divinidad, la misma
eternidad, el mismo poder, la misma perfección; son un sólo Dios. Además, sabemos
que cada una de las Personas de la Santísima Trinidad está totalmente contenida
en las otras dos, pues hay una comunión perfecta entre ellas.
Con todo,
las personas de la Santísima Trinidad son distintas entre sí, dada la
diversidad de su misión: Dios Hijo-por quien son todas las cosas- es enviado
por Dios Padre, es nuestro Salvador. Dios Espíritu Santo-en quien son todas las
cosas- es el enviado por el Padre y por el Hijo, es nuestro Santificador.
Lo vemos
claramente en la Creación, en la Encarnación y en Pentecostés
En la
Creación, Dios Padre está como principio de todo lo que existe.
En la
Encarnación, Dios se encarna, por amor a nosotros, en Jesús, para liberarnos
del pecado y llevarnos a la vida eterna.
En
Pentecostés, el Padre y el Hijo se hacen presentes en la vida del hombre en la
Persona del Espíritu santo, cuya misión es santificarnos, iluminándonos y
ayudándonos con sus dones a alcanzar la vida eterna.
Para
explicar este gran misterio, existen ciertos símbolos que son entendibles a
nuestra razón: La Santísima Trinidad es simbolizada como un triángulo.
Cada uno de
los vértices es parte del mismo triángulo y sin embargo cada uno es distinto
También
podemos simbolizar a la Santísima Trinidad como una vela encendida: La vela en
sí misma simboliza al Padre, la cera que escurre es el Hijo, que procede del
Padre y la llama encendida es el Espíritu Santo. Los tres son "vela",
pero son distintos entre sí. Hay quienes simbolizan a la Santísima Trinidad en
forma de trébol. Cada una de las hojas es "trébol" pero son distintas
entre sí.
¿Qué hacemos
al persignarnos? "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo" Es costumbre de los católicos repetir frecuentemente estas
palabras, principalmente al principio y al fin de nuestras acciones.
Cada vez que
hacemos la Señal de la Cruz sobre nuestro cuerpo, recordamos el misterio de la
Santísima Trinidad.
En el nombre del Padre: Ponemos la mano sobre
la frente, señalando el cerebro que controla todo nuestro cuerpo, recordando en
forma simbólica que Dios es la fuente de nuestra vida. Y del Hijo: Colocamos la
mano en el pecho, donde está el corazón, que simboliza al amor. Recordamos con
ello que por amor a los hombres, Jesucristo se encarnó, murió y resucitó para
librarnos del pecado y llevarnos a la vida eterna.
Y del
Espíritu Santo: Colocamos la mano en el hombre izquierdo y luego en el derecho,
recordando que el Espíritu Santo nos ayuda a cargar con el peso de nuestra
vida, el que nos ilumina y nos da la gracia para vivir de acuerdo a los
mandatos de Jesucristo.
Algunas
personas argumentan que no es verdad porque no podemos entender el misterio de
la Santísima Trinidad a través de la razón. Esto es cierto, no podemos
entenderlo con la sola razón, necesitamos de la fe ya que se trata de un
misterio. Es un misterio hermoso en el que Dios nos envía a su Hijo para
salvarnos.
Está en la
Biblia la palabra trinidad
2. ¿Dice la
Biblia que hay tres personas en la Divinidad?
3. ¿Habla la
Biblia concerniente al Padre, Hijo, y Espíritu Santo?
4. ¿Significan
estos títulos utilizados en Mateo 28:19 que hay tres personas separadas y
distintas en la Divinidad?
No, se
refieren a tres distintos oficios, roles, o relación hacia la humanidad.
5. ¿Utiliza
la Biblia la palabra tres para hacer referencia a Dios? la Biblia lo hace, 1
Juan 5:7.
6. ¿Utiliza
la Biblia la palabra UNO para hacer referencia a Dios? ver: Zacarías 14:9;
Malaquías 2:10; Mateo 23:9; Marcos 12:29, 32; Juan 8:41; 10:30; Romanos 3:30;
1Corintios 8:4; Gálatas 3:20; 1 Timoteo 2:5; Santiago 2:19.7.
¿Puede el
misterio de la Divinidad ser entendido? Romanos 1:20; Colosenses 2:9; 1
Timoteo3:16.
8. ¿Tiene el
cristiano un solo Padre Celestial? Mateo
23:9.
9. ¿por qué Jesús le dijo a Felipe, "El que
me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Juan 14:9) ?Porque Jesús es la misma
expresión de la imagen de Dios. Hebreos 1:3. La palabra griega para persona en
este versículo quiere literalmente decir "substancia."
10. ¿Dice la
Biblia que hay que hay dos personas en la Divinidad?
11. ¿Dice la
Biblia que la plenitud de la Divinidad es revelada en una persona? en
Jesucristo. 1Corintios 4:4; Colosenses 1:19; 2:9; Hebreos 1:3.
12. ¿Está
escondido el misterio de la Deidad para algunas personas? Lucas 10:21-22.
13. ¿Quién
es el Padre? Deuteronomio 32:6; Malaquías 2:10.
14. ¿Dónde
estaba Dios mientras Jesús estaba en la tierra? Juan 14:10; 1Corintios 5:19.
15. ¿Dijo el
profeta Isaías que Jesús sería el Padre? Isaías 9:6; 63:16.16. (Génesis 1:26),
¿Estaba Dios hablándole a otra persona de la Divinidad? Isaías 44:24; Malaquías
2:10.17.
¿Cuántas
cualidades de Dios estaban en Cristo? Colosenses 2:9.
18. ¿Cómo
podemos ver al Dios que envió a Jesús a la tierra? Juan 12: 44-45; 14:9.
19. ¿Dice la
Biblia que Jesús es el Todopoderoso? Apocalipsis 1:820.¿Quién es, según dicen,
la primera persona de la Trinidad?
21. ¿Quién
es, según dicen, la última persona de la Trinidad? Apocalipsis 1:17 18
22. ¿Cuántas
personas vió Juan en el cielo sentadas sobre el trono? Apocalipsis 4:2.
1. La palabra Trinidad nace del latín
En los tres primeros días que preceden a la creación del sol y de la luna, el Obispo ve imágenes de la Trinidad: “Los tres días que preceden a la creación de los cuerpos luminosos son símbolos de la Trinidad, de Dios, de su Verbo y de su Sabiduría”. (Para Autólicus 2:15)
La oración
es necesaria para la vida espiritual: es la respiración que permite que la vida
del espíritu se desarrolle, y actualiza la fe en la presencia de Dios y de su
amor.
1. Qué es la oración
En
castellano se cuenta con dos vocablos para designar la relación consciente y
coloquial del hombre con Dios: plegaria y oración. La palabra “plegaria”
proviene del verbo latino precor, que significa rogar, acudir a alguien
solicitando un beneficio. El término “oración” proviene del substantivo latino
oratio, que significa habla, discurso, lenguaje.
Las
definiciones que se dan de la oración, suelen reflejar estas diferencias de
matiz que acabamos de encontrar al aludir a la terminología. Por ejemplo, San
Juan Damasceno, la considera como «la elevación del alma a Dios y la petición
de bienes convenientes»; mientras que para San Juan Clímaco se trata más bien
de una «conversación familiar y unión del hombre con Dios».
La oración
es absolutamente necesaria para la vida espiritual. Es como la respiración que
permite que la vida del espíritu se desarrolle. En la oración se actualiza la
fe en la presencia de Dios y de su amor. Se fomenta la esperanza que lleva a
orientar la vida hacia Él y a confiar en su providencia. Y se agranda el
corazón al responder con el propio amor al Amor divino.
En la
oración, el alma, conducida por el Espíritu Santo desde lo más hondo de sí
misma (cfr. Catecismo, 2562), se une a Cristo, maestro, modelo y camino de toda
oración cristiana (cfr. Catecismo, 2599 ss.), y con Cristo, por Cristo y en
Cristo, se dirige a Dios Padre, participando de la riqueza del vivir trinitario
(cfr. Catecismo, 2559-2564). De ahí la importancia que en la vida de oración
tiene la Liturgia y, en su centro, la Eucaristía.
2. Contenidos de la oración
Los
contenidos de la oración, como los de todo diálogo de amor, pueden ser
múltiples y variados. Cabe, sin embargo, destacar algunos especialmente
significativos:
Petición.
Es frecuente
la referencia a la oración impetratoria a lo largo de toda la Sagrada
Escritura; también en labios de Jesús, que no sólo acude a ella, sino que
invita a pedir, encareciendo el valor y la importancia de una plegaria sencilla
y confiada. La tradición cristiana ha reiterado esa invitación, poniéndola en
práctica de muchas maneras: petición de perdón, petición por la propia
salvación y por la de los demás, petición por la Iglesia y por el apostolado,
petición por las más variadas necesidades, etc.
De hecho, la
oración de petición forma parte de la experiencia religiosa universal. El
reconocimiento, aunque en ocasiones difuso, de la realidad de Dios (o más
genéricamente de un ser superior), provoca la tendencia a dirigirse a Él,
solicitando su protección y su ayuda. Ciertamente la oración no se agota en la
plegaria, pero la petición es manifestación decisiva de la oración en cuanto
reconocimiento y expresión de la condición creada del ser humano y de su
dependencia absoluta de un Dios cuyo amor la fe nos da conocer de manera plena
(cfr. Catecismo, 2629.2635).
Acción de gracias.
El
reconocimiento de los bienes recibidos y, a través de ellos, de la
magnificencia y misericordia divinas, impulsa a dirigir el espíritu hacia Dios
para proclamar y agradecerle sus beneficios. La actitud de acción de gracias
llena desde el principio hasta el fin la Sagrada Escritura y la historia de la
espiritualidad. Una y otra ponen de manifiesto que, cuando esa actitud arraiga
en el alma, da lugar a un proceso que lleva a reconocer como don divino la
totalidad de lo que acontece, no sólo aquellas realidades que la experiencia
inmediata acredita como gratificantes, sino también de aquellas otras que
pueden parecer negativas o adversas.
Consciente
de que el acontecer está situado bajo el designio amoroso de Dios, el creyente
sabe que todo redunda en bien de quienes –cada hombre– son objeto del amor
divino (cfr. Rm 8, 28). «Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de
gracias, muchas veces al día. —Porque te da esto y lo otro. —Porque te han
despreciado. —Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes. Porque hizo
tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. —Porque creó el Sol y la
Luna y aquel animal y aquella otra planta. —Porque hizo a aquel hombre
elocuente y a ti te hizo premioso... Dale gracias por todo, porque todo es
bueno».
Adoración y alabanza.
Es parte
esencial de la oración reconocer y proclamar la grandeza de Dios, la plenitud
de su ser, la infinitud de su bondad y de su amor. A la alabanza se puede
desembocar a partir de la consideración de la belleza y magnitud del universo,
como acontece en múltiples textos bíblicos (cfr., por ejemplo, Sal 19; Si 42,
15-25; Dn 3, 32-90) y en numerosas oraciones de la tradición cristiana; o a
partir de las obras grandes y maravillosas que Dios opera en la historia de la
salvación, como ocurre en el Magnificat (Lc 1, 46-55) o en los grandes himnos
paulinos (ver, por ejemplo, Ef 1, 3-14); o de hechos pequeños e incluso menudos
en los que se manifiesta el amor de Dios.
En todo
caso, lo que caracteriza a la alabanza es que en ella la mirada va derechamente
a Dios mismo, tal y como es en sí, en su perfección ilimitada e infinita. «La
alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es
Dios. Le canta por Él mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo que Él
es» (Catecismo, 2639). Está por eso íntimamente unida a la adoración, al
reconocimiento, no sólo intelectual sino existencial, de la pequeñez de todo lo
creado en comparación con el Creador y, en consecuencia, a la humildad, a la
aceptación de la personal indignidad ante quien nos trasciende hasta el
infinito; a la maravilla que causa el hecho de que ese Dios, al que los ángeles
y el universo entero rinde pleitesía, se haya dignado no sólo a fijar su mirada
en el hombre, sino habitar en el hombre; más aún, a encarnarse.
Adoración,
alabanza, petición, acción de gracias resumen las disposiciones de fondo que
informan la totalidad del diálogo entre el hombre y Dios. Sea cual sea el
contenido concreto de la oración, quien reza lo hace siempre, de una forma u
otra, explícita o implícitamente, adorando, alabando, suplicando, implorando o
dando gracias a ese Dios al que reverencia, al que ama y en el que confía.
Importa reiterar, a la vez, que los contenidos concretos de la oración podrán
ser muy variados. En ocasiones se acudirá a la oración para considerar pasajes
de la Escritura, para profundizar en alguna verdad cristiana, para revivir la
vida Cristo, para sentir la cercanía de Santa María... En otras, iniciará a
partir de la propia vida para hacer partícipe a Dios de las alegrías y los
afanes, de las ilusiones y los problemas que el existir comporta; o para
encontrar apoyo o consuelo; o para examinar ante Dios el propio comportamiento
y llegar a propósitos y decisiones; o más sencillamente para comentar con quien
sabemos que nos ama las incidencias de la jornada.
Encuentro
entre el creyente y Dios en quien se apoya y por el que se sabe amado, la
oración puede versar sobre la totalidad de las incidencias que conforman el
existir, y sobre la totalidad de los sentimientos que puede experimentar el
corazón. «Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?” ¿De qué? De
Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles,
preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones:
y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!”».
Siguiendo una y otra vía, la oración será siempre un encuentro íntimo y filial
entre el hombre y Dios, que fomentará el sentido de la cercanía divina y
conducirá a vivir cada día de la existencia de cara a Dios.
3. Expresiones o formas de la oración
Atendiendo a
los modos o formas de manifestarse la oración, los autores suelen ofrecer
diversas distinciones: oración vocal y oración mental; oración pública y
oración privada; oración predominantemente intelectual o reflexiva y oración
afectiva; oración reglada y oración espontánea, etc. En otras ocasiones los
autores intentan esbozar una gradación en la intensidad de la oración
distinguiendo entre oración mental, oración afectiva, oración de quietud,
contemplación, oración unitiva...
El Catecismo
estructura su exposición distinguiendo entre: oración vocal, meditación y
oración de contemplación. Las tres «tienen en común un rasgo fundamental: el
recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y
permanecer en presencia de Dios hace de todas ellas tiempos fuertes de la vida
de oración» (Catecismo, 2699). Un análisis del texto evidencia, por lo demás,
que el Catecismo al emplear esa terminología no hace referencia a tres grados
de la vida de oración, sino más bien a dos vías, la oración vocal y la
meditación, presentándo ambas como aptas para conducir a esa cumbre en la vida
de oración que es la contemplación. En nuestra exposición nos atendremos a este
esquema.
Oración vocal
La expresión
“oración vocal” apunta a una oración que se expresa vocalmente, es decir,
mediante palabras articuladas o pronunciadas. Esta primera aproximación, aun
siendo exacta, no va al fondo del asunto. Pues, de una parte, todo dialogar
interior, aunque pueda ser calificado como exclusiva o predominantemente
mental, hace referencia, en el ser humano, al lenguaje; y, en ocasiones, al
lenguaje articulado en voz alta, también en la intimidad de la propia estancia.
De otra, hay que afirmar que la oración vocal no es asunto sólo de palabras
sino sobre todo de pensamiento y de corazón. De ahí que sea más exacto sostener
que la oración vocal es la que se hace utilizando fórmulas preestablecidas
tanto largas como breves (jaculatorias), bien tomadas de la Sagrada Escritura
(el Padrenuestro, el Avemaria...), bien recibidas de la tradición espiritual
(el Señor mío Jesucristo, el Veni Sancte Spiritus, la Salve, el Acordaos...).
Todo ello,
como resulta obvio, con la condición de que las expresiones o formulas
recitadas vocalmente sean verdadera oración, es decir, que cumplan con el
requisito de que quien las recita lo haga no sólo con la boca sino con la mente
y el corazón. Si esa devoción faltara, si no hubiera conciencia de quién es
Aquél al que la oración se dirige, de qué es lo que en la oración se dice y de
quién es aquél la dice, entonces, como afirma con expresión gráfica Santa
Teresa de Jesús, no se puede hablar propiamente de oración «aunque mucho se
meneen los labios».
La oración
vocal juega un papel decisivo en la pedagogía de la plegaría, sobre todo en el
inicio del trato con Dios. De hecho, mediante el aprendizaje de la señal de la
Cruz y de oraciones vocales el niño, y con frecuencia también el adulto, se
introduce en la vivencia concreta de la fe y, por tanto, de la vida de oración.
No obstante, el papel y la importancia de la oración vocal no está limitada a
los comienzos del diálogo con Dios, sino que está llamada a acompañar la vida
espiritual durante todo su desarrollo.
La meditación
Meditar
significa aplicar el pensamiento a la consideración de una realidad o de una
idea con el deseo de conocerla y comprenderla con mayor hondura y perfección.
En un cristiano la meditación –a la que con frecuencia se designa también
oración mental– implica orientar el pensamiento hacia Dios tal y como se ha
revelado a lo largo de la historia de Israel y definitiva y plenamente en
Cristo. Y, desde Dios, dirigir la mirada a la propia existencia para valorarla
y acomodarla al misterio de vida, comunión y amor que Dios ha dado a conocer.
La
meditación puede desarrollarse de forma espontánea, con ocasión de los momentos
de silencio que acompañan o siguen a las celebraciones litúrgicas o a raíz de
la lectura de algún texto bíblico o de un pasaje autor espiritual. En otros
momentos puede concretarse mediante la dedicación de tiempos específicamente
destinados a ello. En todo caso, es obvio que –especialmente en los principios,
pero no sólo entonces– implica esfuerzo, deseo de profundizar en el
conocimiento de Dios y de su voluntad, y en el empeño personal efectivo con
vistas a la mejora de la vida cristiana. En ese sentido, puede afirmarse que
«la meditación es, sobre todo, una búsqueda» (Catecismo, 2705); si bien
conviene añadir que se trata no de la búsqueda de algo, sino de Alguien. A lo
que tiende la meditación cristiana no es sólo, ni primariamente, a comprender
algo (en última instancia, a entender el modo de proceder y de manifestarse de
Dios), sino a encontrarse con Él y, encontrándolo, identificarse con su
voluntad y unirse a Él.
La oración contemplativa
El
desarrollo de la experiencia cristiana, y, en ella y con ella, el de la
oración, conducen a una comunicación entre el creyente y Dios cada vez más
continuada, más personal y más íntima. En ese horizonte se sitúa la oración a
la que el Catecismo califica de contemplativa, que es fruto de un crecimiento
en la vivencia teologal del que fluye un vivo sentido de la cercanía amorosa de
Dios; en consecuencia, el trato con Él se hace cada vez más directo, familiar y
confiado, e incluso, más allá de las palabras y del pensamiento reflejo, se
llega a vivir de hecho en íntima comunión con Él.
«¿Qué es
esta oración?», se interroga el Catecismo al comienzo del apartado dedicado a
la oración contemplativa, para contestar enseguida afirmando, con palabras
tomadas de Santa Teresa de Jesús, que no es otra cosa «sino tratar de amistad,
estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama». La expresión
oración contemplativa, tal y como la emplean el Catecismo y otros muchos
escritos anteriores y posteriores, remite pues a lo que cabe calificar como el
ápice de la contemplación; es decir, el momento en el que, por acción de la
gracia, el espíritu es conducido hasta el umbral de lo divino trascendiendo
toda otra realidad. Pero también, y más ampliamente, a un crecimiento vivo y
sentido de la presencia de Dios y del deseo de una profunda comunión con Él. Y
ello sea en los tiempos dedicados especialmente a la oración, sea en el
conjunto del existir. La oración está, en suma, llamada a envolver a la entera
persona humana –inteligencia, voluntad y sentimientos–, llegando al centro del
corazón para cambiar sus disposiciones, a informar toda la vida del cristiano,
haciendo de él otro Cristo (cfr. Ga 2,20).
4. Condiciones y características de
la oración
La oración,
como todo acto plenamente personal, requiere atención e intención, conciencia
de la presencia de Dios y diálogo efectivo y sincero con Él. Condición para que
todo eso sea posible es el recogimiento. La voz recogimiento significa la
acción por la que la voluntad, en virtud de la capacidad de dominio sobre el
conjunto de las fuerzas que integran la naturaleza humana, procura moderar la
tendencia a la dispersión, promoviendo de esa forma el sosiego y la serenidad
interiores. Esta actitud es esencial en los momentos dedicados especialmente a
la oración, cortando con otras tareas y procurando evitar las distracciones.
Pero no ha de quedar limitada a esos tiempos: sino que debe extenderse, hasta
llegar al recogimiento habitual, que se identifica con una fe y un amor que,
llenando el corazón, llevan a procurar vivir la totalidad de las acciones en
referencia a Dios, ya sea expresa o implícitamente.
Otra de las
condiciones de la oración es la confianza. Sin una confianza plena en Dios y en
su amor, no habrá oración, al menos oración sincera y capaz de superar las
pruebas y dificultades. No se trata sólo de la confianza en que una determinada
petición sea atendida, sino de la seguridad que se tiene en quien sabemos que nos
ama y nos comprende, y ante quien se puede por tanto abrir sin reservas el
propio corazón (cfr. Catecismo, 2734-2741).
En ocasiones
la oración es diálogo que brota fácilmente, incluso acompañado de gozo y
consuelo, desde lo hondo del alma; pero en otros momentos –tal vez con más
frecuencia– puede reclamar decisión y empeño. Puede entonces insinuarse el
desaliento que lleva a pensar que el tiempo dedicado al trato con Dios carece
sentido (cfr. Catecismo, n. 2728). En estos
momentos, se pone de manifiesto la importancia de otra de las cualidades de la
oración: la perseverancia. La razón de ser de la oración no es la obtención de
beneficios, ni la busca de satisfacciones, complacencias o consuelos, sino la
comunión con Dios; de ahí la necesidad y el valor de la perseverancia en la
oración, que es siempre, con aliento y gozo o sin ellos, un encuentro vivo con
Dios (cfr. Catecismo, 2742-2745, 2746-2751).
Rasgo
específico, y fundamental, de la oración cristiana es su carácter trinitario.
Fruto de la acción del Espíritu Santo que, infundiendo y estimulando la fe, la
esperanza y el amor, lleva a crecer en la presencia de Dios, hasta saberse a la
vez en la tierra, en la que se vive y trabaja, y en el cielo, presente por la
gracia en el propio corazón. El cristiano que vive de fe se sabe invitado a
tratar a los ángeles y a los santos, a Santa María y, de modo especial, a
Cristo, Hijo de Dios encarnado, en cuya humanidad percibe la divinidad de su
persona. Y, siguiendo ese camino, a reconocer la realidad de Dios Padre y de su
infinito amor, y a entrar cada vez con más hondura en un trato confiado con Él.
La oración
cristiana es por eso y de modo eminente una oración filial. La oración de un
hijo que, en todo momento –en la alegría y en el dolor, en el trabajo y en el descanso–
se dirige con sencillez y sinceridad a su Padre para colocar en sus manos los
afanes y sentimientos que experimenta en el propio corazón, con la seguridad de
encontrar en Él comprensión y acogida. Más aún, un amor en el que todo
encuentra sentido.
Textos bíblicos
Ef 6,18. (CC2697)
Ts 5,16-18; Sgo 1,5-8; Mt 7,7-8; (CC 2623-2643) 2 Cor 12,8-9; Mt 6,7-8; Ef
3,20-21.
1 cuantas formas de oración existen?
2. porque debo de orar?
3. cual es lo oración por excelencia?
4. cuál es la mejor forma de orar?
5. como sé que dios escucha mi oración?
6. como puedo orar siempre como Jesús
sin desfallecer?
7. porque debo pedir las cosas que dios
sabe que necesito?
8. que es la oración?
9. estamos obligados a orar?
10. que significa orar en el nombre de Jesús?
11. cuál es el sentido de la oración de
meditación? (cc 2699)
12. cuál es la mejor virtud de la oración?
13. como oraba Jesús?
14. como a orado la iglesia?
15. se puede ser buen cristiano sin oración?
16. qué debo hacer para empezar a orar
que es el silencio interior?
17. como saber si hago bien mi oración?
18. conozco a dios desde el fondo de mi
corazón?
ser cristiano
Un cristiano tiene fe en el Señor Jesucristo.
Un cristiano cree que mediante la gracia de Dios el Padre y de Su Hijo Jesucristo podemos arrepentirnos.
La palabra cristiano significa tomar sobre nosotros el nombre de Cristo, lo cual hacemos al ser bautizados y recibir el Espíritu Santo. Cuando seguimos a Jesucristo, llegamos a ser la persona que el Padre Celestial desea que seamos.
El cristiano es siempre discípulo del Maestro, Jesús, que nos enseña a ser verdaderos hijos de Dios, nuestro Padre, hombres y mujeres que por su fe en Jesús, su esperanza en la venida de Cristo, y su amor crucificado llegan a ser sal de la tierra y luz del mundo.
LA GRACIA
fundamentación bíblica
Hebreos 4,16
Efesios 2,4-5
1 San Pedro 5,10
Tito 2,11-12
Isaías 30,18
2 Timoteo 1,9
Apocalipsis 22,21
Romanos 6,15
Efesios 2,8-9
Salmo 90,17
Juan 13,16
Romanos 5,15
2 Corintios 12,9
La gracia santificante
La gracia santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida...
Fuente: Catecismo de la iglesia
La gracia
del Espíritu Santo nos confiere la justicia de Dios. El Espíritu, uniéndonos
por medio de la fe y el Bautismo a la Pasión y a la Resurrección de Cristo, nos
hace participar en su vida.
La
justificación, como la conversión, presenta dos aspectos. Bajo la moción de la
gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el
perdón y la justicia de lo Alto.
La
justificación entraña la remisión de los pecados, la santificación y la
renovación del hombre interior. La justificación nos fue merecida por la Pasión
de Cristo. Nos es concedida mediante el Bautismo. Nos conforma con la justicia
de Dios que nos hace justos. Tiene como finalidad la gloria de Dios y de Cristo
y el don de la vida eterna. Es la obra más excelente de la misericordia de
Dios.
La gracia es
el auxilio que Dios nos da para responder a nuestra vocación de llegar a ser
sus hijos adoptivos. Nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria.
La
iniciativa divina en la obra de la gracia previene, prepara y suscita la
respuesta libre del hombre. La gracia responde a las aspiraciones profundas de
la libertad humana; y la llama a cooperar con ella, y la perfecciona.
La gracia
santificante es el don gratuito que Dios nos hace de su vida, infundida por el
Espíritu Santo en nuestra alma para curarla del pecado y santificarla.
La gracia
santificante nos hace ‘agradables a Dios’. Los carismas, que son gracias
especiales del Espíritu Santo, están ordenados a la gracia santificante y
tienen por fin el bien común de la Iglesia. Dios actúa así mediante gracias
actuales múltiples que se distinguen de la gracia habitual, que es permanente
en nosotros.”
El hombre no
tiene, por sí mismo, mérito ante Dios sino como consecuencia del libre designio
divino de asociarlo a la obra de su gracia. El mérito pertenece a la gracia de
Dios en primer lugar, y a la colaboración del hombre en segundo lugar. El
mérito del hombre retorna a Dios.
La gracia
del Espíritu Santo, en virtud de nuestra filiación adoptiva, puede conferirnos
un verdadero mérito según la justicia gratuita de Dios. La caridad es en
nosotros la principal fuente de mérito ante Dios.
Nadie puede
merecer la gracia primera que constituye el inicio de la conversión. Bajo la
moción del Espíritu Santo podemos merecer en favor nuestro y de los demás todas
las gracias útiles para llegar a la vida eterna, como también los necesarios
bienes temporales.”
‘Todos los
fieles... son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de
la caridad’ . ‘La perfección cristiana sólo tiene un límite: el de no tener
límite´.
‘Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’ (Mt 16,
24).
La Gracia
Gracia es
palabra que denota la belleza, la bondad, el encanto, el reconocimiento (la
lengua española tiene una palabra bellísima: ¡gracias!). Para la fe cristina la
gracia encierra todos estos significados y mucho más: designa el amor que el
Señor manifiesta por todos los hombres. Tal amor culmina en el don que Dios
hace de su propio Hijo Jesucristo, el cual se hace hombre para que los hombres
lleguen a ser hijos de Dios y herederos de sus bienes, llamados a habitar en su
misma casa, el Paraíso. La gracia, esto
es, la vida divina en nosotros, es ofrecida por Dios generosamente, no se niega
nunca a nuestras oraciones, y en la justa medida nos socorre en nuestras
necesidades.
Los hombres
tienen un solo deber: el de acogerla. Aun cuando pueda parecer increíble, a
menudo el hombre no acepta este don maravilloso del amor de Dios. Pero Dios
insiste y nos repite a cada uno de nosotros como al Pueblo de Israel:
"Abre la boca, que te la llene" (Sal 81, 11). Ábrela, pues, de otro
modo continuarás vagando por el desierto, en la estepa, y serás infeliz.
San Agustín,
que había experimentado la soledad de quien está alejado de Dios, ha podido
pronunciar aquellas famosas palabras: "Mi corazón está inquietud, Señor,
hasta que descanse en ti".
¿Qué es
la gracia?
La gracia es
un don sobrenatural mediante el cual Dios nos hace partícipes de su vida
trinitaria.
¿Cómo se
divide la gracia?
La gracia se divide en santificante y actual.
¿Qué es la gracia santificante?
La gracia
santificante es un don permanente y sobrenatural, es decir, superior a las
posibilidades de la naturaleza, que eleva y perfecciona nuestra alma haciendo
que seamos hijos de Dios y herederos del cielo.
¿Qué es
la gracia actual?
La gracia
actual es una intervención de Dios que mueve al alma hacia el bien
sobrenatural?
¿Por qué
se llama actual?
Se llama actual porque no es una cualidad permanente, sino una ayuda transitoria.
¿Hay alguna relación entra la gracia santificante y las tres virtudes teologales?
La gracia
santificante está siempre acompañada de las tres virtudes teologales y de los
dones del Espíritu santo.
¿Es
verdad también lo contrario, esto es, que las tres virtudes teologales están
siempre unidas a la gracia?
No, lo
contrario no es siempre cierto, porque también quien está privado de la gracia
santificante puede conservar la fe y la esperanza, mediante las cuales con la
ayuda de la gracia actual puede comprender el camino de retorno a Dios, es
decir, de la plena conversión.
¿La
gracia santificante es compatible con el pecado mortal?
La gracia
santificante no es compatible con el pecado mortal, que se llama precisamente
"mortal" porque, haciendo perder la gracia santificante, destruye la
vida sobrenatural del alma.
¿Qué es
la justificación?
La justificación es el pase del estado de pecado al estado de gracia.
¿Cómo viene la justificación?
En quien no
está bautizado la justificación viene a través de la fe que conduce al
sacramento del bautismo. Por el contrario, en el caso de un pecador ya
bautizado la justificación viene mediante el sacramento de la Penitencia o
Confesión.
¿Qué
significa la expresión: "estar en gracia de Dios"?
"Estar
en gracia de Dios" significa poseer la gracia santificante, es decir,
tener el alma libre del pecado mortal.
¿Es
importante vivir la gracia de Dios?
Vivir en
gracia de Dios, y en particular morir en gracia de Dios, es la única cosa
verdaderamente importante para el hombre.
¿Cómo se
llama el don por el cual el hombre obtiene morir en gracia de Dios?
El don por
el cual el hombre obtiene el morir en gracia de Dios se llama "perseverancia
final".
¿Cómo se
puede obtener la perseverancia final?
El gran don
de la perseverancia final puede ser obtenido con la oración humilde y confiada,
hecha confiando sobre todo en la intercesión de la Bienaventurada Virgen maría,
a la cual pedimos a menudo que interceda por nosotros "en la ora de
nuestra muerte".
¿Qué es
el mérito?
El mérito es
un cierto derecho de recibir una recompensa por las propias acciones. Dios
concede gratuitamente este derecho a quien está en estado de gracia, por el
cual las acciones buenas realizadas por el hombre merecen un aumento de la
gracia misma y, si el hombre persevera hasta el final, la vida eterna.
¿Qué es
la santidad cristiana?
La santidad
cristiana es aquel estado en el cual el hombre, habiendo así alcanzado la plena
conformación con Cristo, vive la caridad de manera perfecta bajo la guía del
Espíritu Santo.
Según el
Catecismo de la Iglesia Católica: "La gracia es el favor, el auxilio
gratuito e inmerecido que Dios da para responder a su llamado de ser hijos de
Dios, hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina y la vida
eterna". En la Iglesia Católica, "gracia" se divide en
"gracia real" y "gracia santificante". Ambas formas de
gracia son vitales para la "vida sobrenatural" del alma de cada
católico.
Gracia en la
iglesia católica
Mientras que la división permanente de la gracia real y sobrenatural es
relativamente reciente, teniendo lugar sólo después del Concilio de Trento en
el siglo 16, es un tema importante en la vida de los fieles católicos. Tanto la
gracia actual como la gracia santificante son necesarias para permitir al alma
alcanzar un estado de dignidad para entrar en el Cielo. De acuerdo con el sitio
web de Cultura Católica, las dos formas de la gracia "son el medio indispensable
necesario para alcanzar la visión beatífica (y secundariamente) incluye
bendiciones tales como los dones milagrosos de la profecía o sanidad, o los
dones preternaturales de la libertad de la concupiscencia".
Gracia actual
La gracia actual es la forma temporal de la gracia. Según la enciclopedia
católica New Advent, es "una ayuda sobrenatural de Dios por los actos
saludables otorgados en consideración a los méritos de Cristo". Es,
esencialmente, un medio por el que Dios ayuda a los seres humanos a entrar en
comunión con Él y crecer en el gracia sobrenatural que les permite entrar en el
Cielo. Porque la gracia actual es de naturaleza transitoria, corresponde a los
seres humanos actuar sobre las "sugerencias" que Dios ha dado a fin
de contribuir la gracia santificante.
Gracia santificante
La gracia santificante es a veces llamada "la gracia habitual."
Según el Catecismo Católico, la gracia santificante es "un don habitual,
una disposición estable y sobrenatural que perfecciona al alma para hacerla
capaz de vivir con Dios, de obrar por su amor. A diferencia de la gracia
actual, la gracia santificante es un estado permanente, una propiedad que
engrana con el alma de la persona y sólo se pierde por el pecado mortal.
Relación de la gracia sacramental y la gracia santificante
Una persona recibe la gracia sacramental a través de "la recepción
válida y fructuosa de los sacramentos". La gracia sacramental siempre es
fuente sea de la gracia actual, en el momento en que se recibe el sacramento, o
de la gracia santificante, cuando se es bautizado, absuelto del pecado o cuando
se da la extremaunción . La gracia santificante es también aumentada
"cuando un sacramento se recibe en el estado de gracia".
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